Había una vez un conejito que estaba llorando en el bosque, un topo que pasaba por allí, escuchó cómo aquel pobre animal lloraba sin consuelo.
El topo le preguntó:
- ¿Por qué lloras? ¿Qué te pasa?
- ¿Es que no lo ves?- le dijo el conejito.
- Lo siento, pero no veo muy bien, tengo los ojos muy pequeñitos, pero he venido aquí porque he escuchado tu llanto desde la otra punta del bosque.
- ¡He perdido mi zanahoria! Es mi alimento favorito, el que más me gusta, el más rico del mundo. Cuando lo entro en mi boca y comienzo a saborearlo soy el conejito más feliz de la tierra y ahora no sé donde está.
- Bueno, bueno, no llores más. Estoy seguro de que encontraremos una solución a este problema.
El conejito seguía llorando y llorando mientras el topo le acariciaba para consolarlo y que no estuviera triste.
- ¡Tengo una idea! – Dijo el topo- llamaré a mi amigo el perro. Los perros tienen muy buen olfato ¿sabes? Estoy seguro de que puede ayudarnos a encontrar tu zanahoria con su gran nariz.
Los dos fueron corriendo a buscar al perro que estaba dormido bajo la sombra de un árbol.
- ¡DESPIERTA, DESPIERTA, NECESITAMOS TU AYUDA! Le dijeron.
El perro, al escuchar los gritos, dio un salto y puso las orejas de punta por el susto tan grande que acababa de llevarse. El topo y el conejo le contaron todo lo que había pasado y el perro les ayudó encantado. Agachó su hocico y lo puso a ras de suelo y comenzó a oler debajo de las piedras, detrás de los árboles y de repente, salió a correr y comenzó a ladrar en dirección a un matorral que había allí cerca. Apartó las hojas con el hocico y ¡Allí estaba!
El conejito se puso muy contento y para agradecer su ayuda, compartió su zanahoria con sus dos nuevos amigos. Juntos saborearon aquella zanahoria tan deliciosa que entre todos habían encontrado.
Y COLORÍN, COLORADO, ESTE CUENTO SE HA ACABADO.
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