lunes, 23 de octubre de 2017

EL USO DE LA TECNOLOGÍA EN LOS NIÑOS



La atención es la ventana a través de la cual el cerebro se asoma al mundo que le rodea. Cuando el niño nace, apenas es capaz de dirigir su interés hacia el mundo exterior. Inicialmente sólo presta atención a sus propias sensaciones llorando cuando tiene hambre, sueño, frío o se siente solo. A partir de ahí comienza un largo viaje en el que el niño va aprendiendo que atender ciertos estímulos conlleva una serie de beneficios.
A las pocas semanas el niño reconoce con facilidad objetos que emiten ruido o se mueven; por eso los sonajeros captan su interés. Los padres hacen todo tipo de carantoñas con juguetes o con las manos para dirigir su atención, de ahí los cinco lobitos. Pero también comienzan, de manera instintiva a ayudarle a fijarla en estímulos inmóviles. Primero un árbol que mece sus hojas con suavidad, luego una foto en la que sale junto a su mamá y, más adelante, un cuento en el que casi no pasa nada.
Así, el niño comienza a desarrollar una habilidad tremendamente compleja, que es la de controlar la propia atención y dirigirla no sólo a aquellos estímulos que se mueven, sino también a aquellos que están más quietos o son más aburridos. De esta forma crecerá siendo capaz de atender a su profesor, aunque el compañero de al lado esté haciendo el tonto. Aprenderá a abstraerse con el libro que lee, aunque una mosca lo sobrevuele, y llegará a ser capaz de concentrarse al volante, a pesar de que la carretera sea una larga recta y su cerebro esté cansado. 
                                      ("El cerebro del niño explicado a los padres" Álvaro Bilbao)
 



 Dominar la atención y ser capaz de eliminar otros estímulos que intentan distraernos es una habilidad que ofrece múltiples ventajas. Nos permite concentrarnos en lo que realmente queremos o deseamos, detectar detalles y matices que otros pasan por alto, aprender idiomas con más facilidad, persistir en nuestras metas hasta alcanzarlas o reducir los niveles de estrés.
También nos encontramos con la intrusión de las nuevas tecnologías en el cerebro en desarrollo de nuestros hijos. Desde los años ochenta sabemos que más tiempo frente al televisor se traduce en menos paciencia y autocontrol, peor desarrollo madurativo de la atención y mayores tasas de fracaso escolar. La razón es muy sencilla, cuando el niño juega, dibuja o interacciona con sus padres o hermanos, su cerebro debe dirigir la atención voluntariamente a aquellos estímulos o personas con los que interacciona. Cuando se sienta frente al televisor es la tele la que atrapa el interés del niño y hace todo el trabajo.
Por eso nos gusta ver la tele y engancharnos al móvil, no porque estimulen nuestro cerebro, sino porque nos entretienen, nos relajan. Hoy, los dispositivos móviles se utilizan para distraer al niño cuando se tiene que concentrar en terminar una papilla. Para entretener al niño cuando tiene que esperar en el pediatra. Para despistar al niño cuando tiene que esforzarse en ponerse el pijama al final del día. Con este tipo de estrategias parece sensato que el cerebro aprenda que cada vez que tiene que esforzarse, concentrarse o esperar quieto…, tiene permiso para distraerse.

Sin lugar a dudas estamos educando niños menos pacientes, menos atentos y con menor capacidad de esfuerzo, reflejo de una generación de adultos menos pacientes y que damos menos valor a hacer las cosas despacio.
Los primeros en hacer un uso adecuado y moderado de la tecnología debemos ser los adultos. Los niños "aprenden de lo que ven" y debemos ser el ejemplo perfecto para ellos. La mayor razón por la que los niños acaban pegados a las pantallas es el aburrimiento, o la falta de estímulos. Es decir, si no hay nada mejor que hacer, pues se tiran al ocio fácil. No tiene sentido limitarles el tiempo o prohibir si cuando se acaba ese tiempo no encuentran nada más divertido que hacer. Por eso, a veces, tenemos que ofrecerles alternativas.
  Los niños, por norma general, prefieren siempre pasar tiempo con los adultos y sus iguales: jugar con nosotros, compartir juegos, espacio y diálogo, antes que inmiscuirse en una pantalla. Lo prefieren siempre, a menos que los adultos seamos tan aburridos o tan poco comunicativos que nos den por imposibles y, decididamente, acaben por preferir estar solos que en nuestra compañía. Esto nos puede parecer duro, pero sucede.

Por lo tanto, busquemos alternativas, juegos, ofrezcámonos para pasar un rato con ellos, llevémoslos a la calle, al parque, a jugar, cojamos una pelota, leamos con ellos un libro. ¿De verdad no se nos ocurre nada mejor que dejarles el móvil para que estén tranquilos?¿No sería ese un buen momento para hablar de las cosas que hemos hecho hoy, de lo que podríamos hacer el fin de semana o un momento en el que narrar historias fantásticas? ¿No sería ese un buen momento para aprovechar y explicar que estamos en un sitio público y que no deben molestar? Eso se llama educar, explicar cómo deben vivir y compartir espacios  en sociedad, haciéndoles saber qué es lo correcto y qué no lo es.
 ¿Darles el móvil? Sí, también funciona. Presionas el "On" del móvil y, a la vez, presionas el "Off" del niño.


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